Se espera que Hu Jintao, secretario general del Partido Comunista Chino (PCCh), presidente del Estado y de la Comisión Militar Central, revalide su cargo por otros cinco años.
La singular institucionalidad china le impedirá aspirar a otra reelección. Por lo tanto, entre los nuevos dirigentes, especialmente los integrantes del Comité Permanente del Buró Político, debe figurar el que está llamado a ser su sustituto en 2012 y a gobernar el país hasta 2022.
Ninguno de los restantes ocho miembros actuales aspira a la sucesión. A la edad máxima de 70 años deben jubilarse.
Nueva generación
Aquella, pues, será una cara relativamente nueva en un renovado Comité Permanente que podría ver reducido su número de integrantes, al igual que ha venido sucediendo en los órganos máximos de las agrupaciones territoriales del partido.
La afinidad de los integrantes de este órgano con el proyecto de Hu Jintao nos indicará en qué medida Hu ha aprovechado estos años para marginar a todos aquellos que no comparten su ideario o si deberá coexistir -y en qué medida- con ellos.
El ideario de Hu está en clara consonancia con la propuesta denguista y más alejado de la retórica liberal de su predecesor, Jiang Zemin.
La China de Hu Jintao aspira sobre todo a implementar un nuevo modelo de desarrollo.
Ello pese a esa insistencia en una orientación ideológica basada en una recuperada observación de la tradición partidaria y la prédica de una armonía que mejore la distribución de los beneficios generados por la reforma, haciéndolos llegar a las capas urbanas menos privilegiadas.
Nuevo modelo
¿Cuáles serán los contenidos del nuevo modelo de desarrollo?
El "desarrollo científico" (kexue fazhanguan) del que habla Hu quiere dejar atrás aquella larga etapa en la que la obsesión por el crecimiento dejó a un lado la preocupación por sus efectos en el orden social o ambiental.
También se quiere superar la etapa en la que, orientándose a la exportación, se cerraron las puertas a la innovación propia o se impidió la conformación de un mercado interno lo suficientemente sólido como para ser capaz de reorientar un crecimiento basado en la inversión exterior y la inundación de los mercados internacionales.
China no quiere ser el "taller del mundo" y se dispone a impulsar su participación en la liga tecnológica, tal como nos ha hecho saber a través, por ejemplo, de su ambicioso programa espacial.
Entre las propuestas centrales del discurso de Hu se encuentran el reducir dependencias, reafirmar una senda propia, construir una sociedad más justa y equilibrada, con pautas de consumo a todos los niveles que aseguren la sostenibilidad del actual proceso, moderando las tendencias urbanizadoras a través de la mejora sustancial de las condiciones de vida en el estancado medio rural.
Todas estas propuestas, en aplicación y desarrollo en los últimos años, previsiblemente serán revalidadas por el PCCh en este Congreso para darles un nuevo y decidido impulso.
Sacrificios y dificultades
La confirmación de este rumbo, que debe contribuir a reafirmar la soberanía de China y evitar la reproducción de relaciones de dependencia con el sistema internacional que lidera Estados Unidos, precisa de un grupo de líderes alejados de cualquier tentación de abdicar del proyecto.
Deben estar dispuestos a afrontar los sacrificios y dificultades que podrían surgir en los próximos años, tanto en el orden interno, como, especialmente, en la gestión de las relaciones exteriores.
Hu Jintao parece consciente de que llegaron a su fin los tiempos en que el poder y la influencia de un líder duraban el tiempo de su vida (como ocurrió con Deng Xiaoping, sin cargo alguno de relevancia en todo el periodo iniciado en 1978, pero conservando siempre la última palabra).
Ahora, sólo la tenencia y el ejercicio del poder, aprovechando el tiempo, le puede permitir afirmar el rumbo actual.
Por ello, a sabiendas de que en las máximas instancias no todos comparten su mismo ideario y que todos son conscientes de los años decisivos por llegar, la batalla entre bambalinas puede ser mucho más intensa y profunda de lo que pudiera sugerir esa calma unánime que todos los dirigentes se disponen a aparentar, como si se tratara de una representación, máscara incluída, de una ópera de Pekín.
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