Los bancos europeos son los grandes ganadores del paquete de 900.000 millones de euros de la eurozona y el FMI.
A primera vista los estados con una situación fiscal más delicada y expuesta al contagio griego -Portugal, España, Italia y la República de Irlanda- son los principales beneficiarios.
Mirado más de cerca, se ve el papel central de los bancos.
La crisis griega y el contagio a otras naciones de la eurozona es un peligro para una serie de bancos europeos por la acumulación de bonos soberanos en su cartera.
Según el Banco Internacional de Pagos (Banco central de los bancos centrales del mundo) las entidades europeas tienen más de U$S2,8 billones (millones de millones) de deuda soberana de Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España (los famoso PIIGS).
Los cáculos varían, pero se estima que los bancos alemanes tienen bonos soberanos de Grecia, Portugal y España que superan los U$S300.000 millones. Por su parte, los bonos de estos tres países en manos de los bancos británicos sumarían más de U$S140.000 millones.
Una salida posible de la situación griega y, por contagio, de la del resto de los PIGGS era la reestructuración de la deuda.
La reestructuración es un paso previo a la cesación de pagos: el país deudor pide una reducción del monto de la deuda y un estiramiento de los vencimientos de deuda como para tener más tiempo para pagar.
Según algunas estimaciones, en algunos países de los PIIGS la quita de la deuda podía rondar el 50%. De ahí el suspiro de alivio de los grandes centros bancarios de Europa con este rescate que saldrá del bolsillo del contribuyente.
Ganadores y perdedores
Como en todo hecho político-económico, el rescate conjunto de los países de la eurozona tiene ganadores y perdedores.
Entre los ganadores se encuentran el FMI que con la crisis griega ha recuperado un lugar político central en un sistema financiero internacional inestable y atribulado, y los especuladores que apostaron y se retiraron a tiempo, haciendo fuertes ganancias con las penurias de Grecia y otros deudores europeos.
Los PIIGS y los otros países de la eurozona podrán respirar más tranquilos frente a una crisis que empezaba a cuestionar el pivote central de su existencia: el euro.
Pero este respiro ha tenido un costo político. La eurozona y, en particular, el gobierno alemán salen con la reputación golpeada de una crisis en cámara lenta que se desató a principios de año y se profundizó hasta alcanzar un ritmo vertiginoso en las últimas semanas.
Sólo ante la inminencia del abismo, pudo acordar una intervención que, de haber llegado antes, habría ahorrado miles de millones de euros.
La canciller alemana Angela Merkel ya está pagando el precio a su impericia política con la derrota que sufrió el domingo en las elecciones regionales en Renania del Norte-Westfalia, perdiendo la mayoría que gozaba su coalición en la cámara alta del Parlamento federal.
¿Y la gente?
El gran enigma es si los habitantes de la eurozona son ganadores o perdedores de la crisis.
En lo inmediato se salvan de la inestabilidad que ha acarreado consigo la tragedia griega. A mediano plazo, todo dependerá de si esta intervención sirve para que los 16 países de la eurozona consigan finalmente recuperarse del cimbronazo que causó el estallido financiero mundial de septiembre de 2008.
Sin crecimiento económico no se acaba la crisis y uno de los problemas es que cualquier intervención concreta de este fondo de garantía estará atada a drásticos planes de ajuste que no suelen tener un impacto favorable en el crecimiento.
La regla elemental formulada por el economista británico John Maynard Keynes en el siglo pasado establece que a más ajuste en medio de una recesión, menos crecimiento y mayor crisis fiscal.
De ser así, se habrá salvado el euro y se habrá calmado a los mercados, pero no se hará gran cosa por la economía real.
El peligro de drásticos ajustes con mayor desempleo y pobreza no es sólo el sufrimiento de la población y su dudosa viabilidad política: es también que el horizonte presentará los mismos problemas fiscales que se intenta solucionar debido a la menor recaudación por la caída de la actividad económica.
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